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viernes, 15 de mayo de 2015

15- FINALIDAD DE LA VIDA y CADENAS PLANETARIAS



Temas a tratar:

1- FINALIDAD DE LA VIDA
2- CADENAS PLANETARIAS


(Temas del libro. “Un Libro de Texto de Teosofía”, de Leadbeater)



FINALIDAD DE LA VIDA

Para cumplir nuestro deber en el plan divino, no sólo hemos de esforzarnos en comprenderlo en con­junto sino también la parte esencial que en él ha de desempeñar el hombre. La efusión divina (o ‘corriente de vida’) llega en el reino mineral a su más honda inmersión en la materia, pero no alcanza su ultérrimo punto de diferenciación en el ínfimo nivel de la materia, sino al entrar en el reino humano, en el arco ascendente de la evolución. Así es que hemos de considerar tres etapas en el curso de esta evolución:

  1. El arco descendente, en que propende conti­nuamente a la diferenciación y hacia cada vez más densa materialidad. En esta etapa, el Espíritu va involucionándose en la materia para aprender a recibir impresiones por me­dio de ella.
  2. La primera parte del arco ascendente en que aumenta la tendencia hacia la diferenciación, pero al propio tiempo hacia la espiritualización y salida de la materia. En esta etapa, el Espíritu aprende a dominar la materia y a considerarla expresión de sí mismo.
  3. La última parte del arco ascendente, en que ya cumplida la diferenciación, la tendencia es hacia la unidad y una mayor espiritualidad.

En esta etapa el Espíritu sabe ya recibir impresio­nes de la materia y manifestarse por medio de ella, ha despertado sus potencias latentes y aprende a em­plearlas con acierto en servicio de la Deidad. El objeto de esta evolución es producir un “Ego” (‘alma autoconsciente’) como manifestación de la mónada, para entonces evolucionar revistiéndose de sucesivas personalidades. Quienes así no lo comprenden, consideran la per­sonalidad como el verdadero ser del hombre y en consecuencia sólo viven para la personalidad, ajustando su conducta a lo que les parece su beneficio temporal. Pero quien lo comprende echa de ver que lo único importante es la vida del Ego para cuyo progreso ha de valerse de su temporánea personalidad; y por lo tanto, cuando ha de decidirse entre dos posibles normas de conducta, no se pregunta como el hombre vulgar: “¿Qué me allegará mayor placer y provecho como per­sonalidad?” sino “¿qué me hará progresar mayormente como ego?".
La experiencia no tarda en enseñarle que nada puede serle beneficioso ni beneficiar a nadie que al propio tiempo no beneficie a todo el linaje humano y así aprende muy luego a olvidarse de sí mismo y desear tan sólo lo que mejor pueda servir a la humanidad.

 Evidentemente, en esta etapa de evolución, todo cuanto propenda a la unidad y a la espiritualidad estará de acuerdo con el plan de Dios respecto del hombre y nos será por lo tanto beneficioso, mientras que nos será perjudicial todo cuanto tienda a la separación y a la materialidad. Hay pensamientos y emociones que propenden a la unidad, como el amor, la simpatía, el respeto y la benevolencia y hay otros que propenden a la discordia, como el odio, la antipatía, la envidia, los celos, el or­gullo, la crueldad y el temor. Desde luego que el primer grupo nos favorece y el segundo nos perjudica. En todos los pensamientos y emociones de índole siniestra reconocemos la predominante nota del egoísmo personal, mientras que en los de índole armónica ve­mos que el pensamiento se dirige hacia el prójimo con olvido de la propia personalidad. En consecuencia advertimos que en el egoísmo se resumen todos los vicios y el perfecto altruismo es la corona de toda virtud.
De aquí se infiere por norma de conducta que quien desee cooperar inteligentemente con la Divina Voluntad debe desechar todo pensamiento de placer o beneficio personal y entregarse exclusivamente a cumplir la Voluntad de Dios trabajando en bien del prójimo. Muy alto ideal es éste y de difícil logro, porque de larguísimo tiempo atrás estamos sujetos al egoísmo. La mayoría de las gentes se hallan aún muy lejos de la actitud altruista y no pueden esforzarse en conse­guirla por falta de la necesaria intensidad en las buenas cualidades y abundancia de las siniestras. Aquí entra en actuación la capital ley de causa y efecto a que ya nos hemos referido. Así como en el mundo físico recurrimos confiadamente a las leyes de la naturaleza, así también podemos recurrir a las mis­mas leyes en el mundo superior. Si en nuestro interior encontramos malas cualidades es porque han ido cre­ciendo a favor de la ignorancia y la condescendencia; pero una vez disipada la ignorancia por el conocimiento y reconocida la mala cualidad, dispondremos evidente­mente del método para librarnos de ella. Cada vicio tiene su virtud contraria y si algún vicio levanta cabeza en nuestro pecho, determinémonos deliberadamente a cultivar la virtud contraria. Si uno echa de ver que hasta entonces fue egoísta, que contrajo el hábito de pensar ante todo en sus pla­ceres y conveniencias personales sin tener en cuenta el efecto que su conducta había de producir en los demás, ha de acostumbrarse a complacer al prójimo aun a costa de sus propias privaciones y molestias, hasta que, arraigada en hábito la costumbre, se desvanezca su contraria.
Si uno reconoce que hasta entonces ha sido malicioso, con tendencia de atribuir a siniestros móviles las acciones del prójimo, acostúmbrese a pensar bien de todo el mundo y a suponer nobles motivos en la ajena conducta. Se dirá que al obrar así se expone a que le enga­ñen y abusen de su confianza. Pero esto no importa gran cosa, pues más vale que alguna vez le engañen, que engañarse al pensar mal del prójimo. Además, la confianza engendra la fidelidad. Gene­ralmente, el hombre en quien se confía, se muestra digno de la confianza, mientras aquel de quien se sos­pecha o recela propende a justificar la sospecha.
 Quien se vea inclinado a la avaricia ha de cultivar la generosidad; si a la ira, la paciencia; si a la curiosidad, esfuércese en refrenarla; si es propenso a la melancolía, alegre su ánimo aun en las más adversas circunstancias. En todo caso, una mala cualidad personal presupone la carencia de la cualidad contraria en el Ego. El medio más expedito de extirpar la mala cualidad e impedir que rebrote es llenar el vacío del Ego y ‘la buena cua­lidad’ así vigorizada formará parte integrante del carác­ter del Ego en futuras vidas.

Un Ego no puede ser malo, aunque puede ser im­perfecto. Las cualidades que adquiera han de ser nece­sariamente buenas y cuando ya están bien definidas se muestran en cada una de sus sucesivas personalidades. En consecuencia, estas ‘personalidades’ no tienen los vicios contrarios a aquellas virtudes; pero cuando en el Ego falta una buena cualidad, no hay nada en la perso­nalidad capaz de contrarrestar el crecimiento del vicio opuesto; y como ya otros de su vecindad adolecen del mismo vicio y el hombre tiende al remedo, es muy probable que también se manifieste rápidamente en él. Sin embargo, aquel vicio es propio de ‘los vehículos’ y no del Ego y su reiteración puede ocasionar un im­pulso muy difícil de dominar; pero si el Ego se resuelve a establecer en sí la opuesta virtud, quedará desarrai­gado el vicio sin temor de rebrote ni en esta ni en las futuras vidas.
Quien se esfuerce en establecer en sí buenas cua­lidades tropezará con algunos obstáculos que ha de aprender a desbaratar. Uno de ellos es el temperamento criticón de las gentes que a todo ponen reparos y todo lo empequeñecen y señalan defectos en cosas y personas. Para progresar se necesita todo lo contrario y quien desee adelantar rápidamente por el sendero de evolu­ción ha de acostumbrarse a ver el bien en todas las cosas y descubrir la divinidad latente en cosas y per­sonas. Únicamente así le será posible auxiliar al pró­jimo y obtener el mejor provecho posible de las cosas. Otro obstáculo es la falta de perseverancia.
Propendemos en estos tiempos a la impaciencia. Si proyec­tamos un plan queremos lograr al punto beneficiosos resultados y si no los logramos, desechamos enseguida aquel plan y trazamos otro. No es tal medio el mejor para progresar en ocultismo. El esfuerzo que esta­mos haciendo consiste en concentrar en una o dos vidas la evolución que en natural transcurso necesitaría tal vez cien vidas y precisamente no es empresa que haya de producir inmediatos resultados. Intentamos extirpar un vicio y vemos que es muy difícil ¿por qué? Porque hemos estado cediendo al vicio durante quizás veinte mil años, y no es posible desa­rraigar en un par de días un hábito de veinte mil años de arraigo. Permitimos que el vicioso hábito adquiriera enor­me impulso, que es indispensable vencer antes de apli­car la energía en opuesta dirección. No es posible ven­cerlo en un momento; pero cabe la absoluta seguridad de que si perseveramos, eventualmente lo venceremos, porque por violento que sea el impulso es una cantidad finita, mientras que la fuerza que le oponemos es el infinito poder de la voluntad humana, capaz de renovar su esfuerzo día tras día, año tras año y si necesario fuese vida tras vida.

Otra grave dificultad en nuestro camino es la falta de discernimiento. Las gentes de Occidente no aciertan a ver claro en asuntos de religión. Todo es vago y ne­buloso y ni la vaguedad ni la nebulosidad sirven para adelantar en ocultismo. Claros han de ser nuestros con­ceptos y definidas nuestras imágenes mentales. Otras cualidades necesarias son la serenidad y el júbilo, muy raras en la vida moderna, pero indispensa­bles en la obra de que tratamos.
El procedimiento para la formación del carácter es tan científico como el que se sigue para robustecer los músculos. Muchos que tienen los músculos débiles y flácidos se figuran que tal es su natural condición y la consideran como una especie de sino a que están su­jetos; pero todo el que entienda algún tanto de la cons­titución del cuerpo humano, sabe que por medio del continuado ejercicio se vigorizarán aquellos músculos y se normalizará todo el organismo. De exactamente la misma manera, muchos hom­bres reconocen que tienen mal genio o que los domina algún vicio y cuando a consecuencia de ello cometen un craso error o infieren un grave daño, se excusan di­ciendo que tienen un temperamento impulsivo o que son tal o cual por naturaleza sin poderlo remediar. Pero también en este caso, como en el de los músculos, está el remedio en su mano. El metódico y apropiado ejercicio físico vigorizará los músculos y el asimismo apropiado y metódico ejercicio mental forta­lecerá una débil cualidad del carácter. El hombre vul­gar no se percata de que así puede hacerlo y aunque se percate de que pueda, no se decide, porque requiere mucho esfuerzo y mortificación. No ve motivo para emprender una tarea tan difícil y penosa. Sin embargo, el motivo lo proporciona el conoci­miento de la verdad.
Quien bien comprende la marcha de la evolución no solamente se interesa sino que se complace y tiene por privilegio cooperar con ella. Quien desea el fin, también desea los medios y para ser capaz de hacer buena obra en beneficio del mundo ha de ac­tualizar en su interior la conveniente energía y las ne­cesarias cualidades por lo tanto, quien aspire a refor­mar el mundo ha de empezar por reformarse a sí mismo. Ha de abandonar la actitud de insistir sobre sus dere­chos y entregarse al ardoroso cumplimiento de los deberes. Ha de considerar cada punto de relación con el prójimo como una oportunidad para auxiliarle o favorecerle. Quien estudia inteligentemente estos asuntos no puede menos de reconocer la tremenda fuerza del pensamiento y la necesidad de eficazmente regularla. Toda acción deriva de un pensamiento, porque aun las que como suele decirse se hacen sin pensar, son el resul­tado de los pensamientos, deseos y emociones que el hombre alimentó copiosamente durante largo tiempo antes de que lo impulsaran a la acción. ­Por lo tanto, el hombre prudente vigila con mucho cuidado su pensamiento, porque le sirve de poderoso instrumento de cuyo uso es responsable. Tiene el deber de gobernar su pensamiento para que no se le alborote en perjuicio propio y del prójimo. También es su deber acrecentar el poder de su pensamiento porque le servirá para realizar efectivamente mucho bien. Mediante el gobierno de su pensamiento y de su acción, eliminando todo mal y fomentando las buenas cualidades, podrá el hombre elevarse sobre el nivel de sus semejantes y sobresalir entre ellos por su actuación en favor del bien y en contra del mal, de la evolución en contra del estancamiento.
Los miembros de la excelsa Jerarquía en cuyas manos está la evolución del mundo desean encontrar hombres así para enseñarles a trabajar en ‘la magna empresa’. Dichos hombres atraen inevitablemente la atención de los Maestros quienes los utilizan como ins­trumentos de su labor. Si dan pruebas de ser buenos y eficaces instrumentos, le proporcionarán concretas en­señanzas a título de aprendices, para que ayudándoles en la obra mundial que han de hacer, puedan algún día ser lo que Ellos son e ingresar en la potente Fra­ternidad a que pertenecen. Mas para tan grande honra como ésta no basta la ordinaria bondad. Por supuesto que ante todo ha de ser bueno el hombre, pues de lo contrario no se le podrían utilizar; pero además de bueno ha de ser fuerte y sabio. Lo necesario no es tan sólo un hombre bueno, sino una vigorosa potencia espiritual. No sólo ha de haber desechado el candidato toda ordinaria flaqueza, sino que debe haber adquirido robustas cualidades an­tes de ofrecerse a los Maestros con esperanza de acep­tación. Ya no ha de seguir viviendo como desatinada y egoísta personalidad sino como inteligente Ego (Alma) que comprende la parte que ha de desempeñar en el vasto plan del universo. Ha de haberse olvidado enteramente de sí mismo; con abandono de todo pensamiento de mero provecho o placer mundanos. Ha de resolverse a sacrificarlo todo y principalmente su persona en favor de la Obra que ha de llevar a cabo. Puede vivir en el mundo, pero no según el mundo ni ser del mundo, ni ha de importarle un ardite la opinión de las gentes. A fin de auxiliar a los hombres ha de hacerse algo más que hombre. Ha de vivir radiante, jubilosa y enérgicamente por el bien de los demás y ser en el mundo expresión del amor de Dios. Es un elevado ideal, aunque no mucho; pero posible porque hombres son quie­nes lo han de realizar.
Cuando un hombre actualiza sus potencias latentes hasta el punto de llamar la atención de los Maestros de Sabiduría, es fácil que uno de Ellos lo reciba en calidad de aprendiz a prueba. El período de prueba suele durar siete años, pero puede acortarse o prolongarse a discreción del Maestro. Terminado el período de prueba, si ha sido satisfactoria su labor asciende a la categoría de discípulo aceptado y entonces se coloca en más íntima relación con su Maestro, cuyas vibraciones influyen constantemente en él de modo que poco a poco aprende a considerarlo todo como lo considera su Maestro. Después de otro período, si ha dado muestras innegables de merecimiento, puede intimar todavía más la relación y ascender al grado de ‘hijo del Maestro’. Sin embargo, estos tres grados o etapas sólo indi­can su relación con el Maestro, no con toda la Frater­nidad, que únicamente admite en su seno a quien está preparado para recibir la primera gran iniciación.

El ingreso en la magna Fraternidad de Quienes gobiernan el mundo, puede considerarse, como el tercero de los puntos críticos de la evolución del hombre. El primero es cuando pasa al reino humano, cuando se individualiza desde el reino animal y obtiene cuerpo causal. El segundo es el que los cristianos llaman "con­versión", los hinduistas "adquisición del discernimiento" y los budistas "la apertura de las puertas de la mente". En este punto se da cuenta el hombre de los capi­tales fenómenos de la vida y se aparta de fines egoístas para unirse de grado a la corriente de evolución en obe­diencia a la voluntad divina. El tercer punto es el más importante de todos, porque la Iniciación que admite al hombre en las filas de la Fraternidad, le asegura también contra todo riesgo de fracaso en el cumplimiento del Divino Propósito en el tiempo para ello señalado. De aquí que a quienes llegan a este punto se les llame en la religión cristiana los "elegidos" o los "salvados" y en la budista "el que ha entrado en la corriente". Alcanzado este punto tiene el hombre la absoluta seguridad de llegar con tiempo y esfuerzo al todavía más alto del adeptado o etapa de superhumana evolución. Llega a ser Adepto (5° Iniciación del alma) quien ha cumplido la Divina Vo­luntad en cuanto atañe a nuestra cadena planetaria, porque el adeptado es la etapa en que el hombre ha de alcanzar ya la meta final en el promedio del ciclo de evolución. Así es que durante el tiempo restante del ciclo queda en libertad para auxiliar a los hombres sus hermanos o dedicarse a todavía más grandiosa obra re­lacionada con otra evolución superior.
Quien no está iniciado corre el riesgo de rezagarse en el presente ciclo de evolución y quedar en espera del siguiente. Tal es la "condenación eónica" de que habló Cristo y se ha interpretado erróneamente por "eterna condenación". De esta condenación eónica,  es decir, del fracaso en el actual ciclo de evolución u ‘oleada de vida’, se "salva" quien recibe la iniciación y ha "entrado en la corriente" que debe conducirle al adeptado durante el actual ciclo de evolución, aunque con sus acciones todavía puede apresurar o retardar su marcha por el sendero qué está hollando.
La primera iniciación puede compararse a la ma­trícula de ingreso del estudiante en la universidad y el adeptado equivale relativamente al título de doctor que se recibe al fin de la carrera, durante la cual sufre tres exámenes intermedios que continuando el símil son la segunda, tercera y cuarta iniciación, pues el adeptado es la quinta. Nos dará una idea general del curso de esta superior evolución el estudio de lo que las Escrituras bu­distas llaman "trabas" o sean los vicios y malas cuali­dades de que ha de ir librándose el hombre a medida que adelanta en el sendero.
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Dichas trabas son:

  1. La ilusión de separatividad.
  2. Duda.
  3. Superstición.
  4. Apego a los placeres.
  5. Posibilidad de odiar.
  6. Deseo de vida en este o en otros mundos.
  7. Orgullo.
  8. Iracundia.
  9. Ignorancia.

A quien alcanza el nivel del adeptado ya no le queda ninguna ulterior posibilidad de perfeccionamien­to moral, por la que en adelante la evolución significa para él más amplio conocimiento y más admirables poderes espirituales.




CADENAS PLANETARIAS

El plan de evolución a que nuestra Tierra perte­nece, no es el único de nuestro sistema solar, pues en este sistema existen diez separadas cadenas de globos (o mejor dicho, “Esquemas evolutivos planetarios”) como escenarios de análogas evoluciones. Cada uno de estos ‘planes de evolución’ se desenvuelve en una cadena de globos y cada cadena pasa por siete encarnaciones en el transcurso de su evolución. El objeto de estas sucesivas encarnaciones de la cadena de globos de cada plan evolutivo es irse su­miendo gradualmente en la materia para también por grados ir ascendiendo de ella.

Los siguientes gráficos (que no pertenecen a este libro) pueden ayudar a la comprensión:












Cada cadena consta de siete globos y tanto globos como cadenas están sujetos a la regla de descender a la materia y después ir saliendo de ella.


El siguiente gráfico muestra las 7 Cadenas, cada una con sus 7 globos de manifestación progresiva.





Para mejor comprender este proceso pongamos por ejemplo la cadena a que pertenece nuestra Tierra. Actualmente se halla en su cuarta encarnación, la más material; y por lo tanto, tres de sus globos se hallan en el mundo físico, dos en el astral y dos en la parte in­ferior del mental. La oleada de vida divina pasa suce­sivamente de globo a globo de esta cadena, principiando por uno de los superiores, descendiendo gradualmente a los inferiores y ascendiendo después hasta el mismo nivel en donde principió. Designaremos convencionalmente los siete globos por las primeras letras del alfabeto (es decir: Globo ‘A’, Globo ‘B’, ‘C’, ‘E’, ‘F’ y ‘G’) y numeraremos ordinalmente las encarnaciones. Por lo tanto, como quiera que la encarnación actual de nuestra cadena es la cuarta, el primer globo de la cadena (Globo ‘A’) en la presente encarnación (la 4°) será 4-A, el segundo 4-B, el tercero 4-C, el cuarto (nuestra Tierra) 4-D, el quinto 4-E, el sexto 4-F y el séptimo 4-G.

No todos estos globos están constituidos por materia física. El 4-A no contiene materia inferior a la mental y tiene su contraparte en todos los mundos su­periores al suyo, pero ni un átomo de materia inferior. El 4-B es de materia astral. El 4-C es de materia física visible telescópicamente, porque es el planeta Marte. El globo 4-D es nuestra Tierra, donde está hoy en acción la oleada de vida. El globo 4-E es el planeta Mercurio, también de materia física. El globo 4-F es de materia astral, correlacionado en el arco ascendente con el globo astral 4-B del arco descendente. El globo 4-G es de materia mental, correlacionado en el arco ascendente con el globo 4-A también de materia mental en el arco descendente.
Así resulta un sistema de globos (o una serie de 7 globos) que empieza en el mundo mental, desciende al astral y al físico y as­ciende al mental a través del astral. Así como la sucesión de los globos en una cadena constituye el descenso a la materia y la ascensión desde ella, así también ocurre en las sucesivas encarnaciones (manifestaciones) de una cadena (encarnaciones del Logos en cada una de las 7 cadenas. Cada manifestación de una ‘cadena de globos’ es una encarnación del Logos).

Hemos descrito las circunstancias de la ‘cuarta encarnación’; pero echando una mirada retros­pectiva a la tercera vemos que no principió en el mundo mental, sino que los globos 3A y 3G eran de materia causal (mental superior); 3-B y 3-F de materia mental; los 3-C y 3-E de ma­teria astral; y únicamente el globo 3-D de materia física. Aunque la tercera encarnación de nuestro Logos (tercera cadena) hace larguísimo tiempo que pasó, todavía es visible el cadáver del que fue su planeta o globo físico ‘3-D’, o sea la Luna, el actual satélite de la Tierra, por lo que a aquella tercera encarnación o tercera cadena, se le llama cadena lunar.
La quinta encarnación de nuestra cadena, que to­davía ha de tardar incalculable tiempo, será correlativa a la tercera, con los globos 5-A y 5-G de materia causal; los 5-B y 5-F de materia mental; los 5-C y 5-E de materia astral; y un solo globo físico 5-D que aún no existe. Las otras encarnaciones de la cadena siguen el mismo orden de descenso y ascenso. Los globos 2-A y 2-G y 6-A y 6-G están todos en el mundo intuicional (Plano Búddhico); los 2-B y 2-F y 6-B y 6-F en el causal; los 2-C y 2-E y 6-C y 6-E en el mental; 2-D y 6-D en el astral. Análogamente 1A y 1G, y 7A - 7G  pertenecen al mundo espiritual (Atma); IB-IF y 7B-7F al intuicional; IC-IE y 7C-7E al causal; ID y 7D al mental. Por lo tanto, vemos que no sólo desciende en la materia y de ella reasciende la oleada de vida al pasar de uno a otro globo, sino que lo mismo hacen las 7 cadenas  en el transcurso de las siete sucesivas encar­naciones del Logos. En el sistema solar a que pertenecemos, hay actual­mente en trámite diez planes de evolución (o “Esquemas Evolutivos”); pero de ellos tan sólo siete se hallan en etapa que requiera ‘planeta físico’. Los Esquemas son:

1.      El de un planeta no descubierto todavía por los astrónomos, llamado Vulcano, muy cercano al Sol. El Logos Planetario en este Esquema se halla en su tercera encarnación.
2.      El de Venus, que está en la quinta encarna­ción y por lo tanto también tiene un solo planeta físico.
3.      El Esquema Terrestre, o de ‘Tierra-Marte-Mercurio’ que está en la cuarta encarnación y por lo mismo tiene tres planetas físicos.
4.      El de Júpiter.
5.      El de Saturno.
6.      El de Urano en su tercera encarnación.
7.      El de Neptuno y dos desconocidos planetas allende la órbita neptuniana, pues tiene tres planetas físicos por hallarse en la cuarta encarnación.

Suele llamarse ‘período catenario’ (o “período-cadena”) a cada encarna­ción de un Logos (o cada manifestación de una nueva cadena, dentro de las 7 que conforman el Esquema Evolutivo completo) y durante este período la oleada de vida pasa siete veces por los siete globos (globos A, B, C, D, E, F y G) de la cadena y a cada una de dichas veces se le llama ronda. (En cada ronda la oleada o corriente de vida ‘enhebra’ a cada globo como si fuesen las cuentas de un collar).
El tiempo en que la oleada de vida permanece en cada globo se llama ‘ciclo mundial’ (o ‘período global’) y durante cada ciclo mun­dial se suceden siete razas raíces que según ya dijimos se subdividen en subrazas y éstas en ramales.
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Para mayor claridad puntualizaremos sinóptica­mente esta clasificación:

7 ramales = 1 subraza.
7 subrazas = 1 raza raíz.
7 razas-raíces = 1 ciclo mundial.
7 ciclos mundiales = 1 ronda.
7 rondas = 1 ciclo catenario.
7 ciclos catenarios = plan de evolución.
10 planes de evolución. = Nuestro sistema solar.

Es evidente que la cuarta raza raíz del cuarto globo de la cuarta ronda del cuarto ciclo catenario será el punto medio de un plan de evolución (o Esquema Evolutivo). Nosotros he­mos transpuesto no hace mucho este punto medio. La raza aria a que pertenecemos es la quinta raza raíz del cuarto globo, de modo que el punto medio de nuestro plan de evolución correspondió a la época de la cuarta raza raíz, que fue la atlante. Por lo tanto, la masa total del linaje humano está a muy poco más de mitad de ca­mino en su evolución y los pocos Egos que se aproximan al adeptado, fin y corona de nuestra evolución, están muy adelantados respecto de los demás hombres. ¿Cómo adelantaron tanto? En unos casos porque trabajaron ardorosamente; pero generalmente porque son Egos ya viejos e ingresaron en el reino humano en muy remota fecha y  han tenido más tiempo de adquirir experiencias en la humana evolución.
Una oleada de vida procedente de la Deidad se detiene generalmente durante todo un ciclo catenario en cada uno de los reinos de la naturaleza. La oleada de vida que en nuestra primera cadena animó el primer reino elemental animó el segundo de estos reinos en la segunda cadena, el tercero en la tercera y está ahora animando en la cuarta el reino mineral. En la quinta cadena animará el reino vegetal, en la sexta el animal y en la séptima el humano. De esto se infiere que la presente humanidad cons­tituía el reino mineral en la primera cadena, el vegetal en la segunda y el animal en la tercera. Algunos que ahora son hombres se individualizaron en la tercera cadena, que fue la lunar e ingresaron en el reino humano al comienzo de la actual cadena terrestre. Otros que estaban más atrasados no se individualizaron en la tercera cadena y permanecieron todavía algún tiempo en el reino animal de la cuarta cadena antes de alcanzar la individualización.
Sin embargo, no todos los individuos de la actual humanidad ingresaron conjuntamente en la cadena terrestre. Al terminar la cadena lunar, los hombres de ella se hallaban en diversas etapas de evolución. La meta señalada para dicha cadena no era el adeptado sino la que para nosotros es ahora la cuarta etapa del sendero de evolución. Quienes alcanzaron la meta o nivel señalado para la cadena lunar (llamados gene­ralmente en bibliografía teosófica ‘Señores de la Luna’) tuvieron abiertos ante sus pasos siete caminos o moda­lidades de servicio. Uno de estos caminos era el de pasar a la cadena terrestre para servir de auxilio y guía a las primeras razas humanas y lo siguieron algunos de aquellos Señores. La mayoría de los hombres lunares no habían alcanzado aún la señalada meta al término de la cadena lunar y por consiguiente reaparecieron también como hombres en la cadena terrestre. Además, una gran cantidad de animales lunares estaban cercanos a la individualización. Algunos ya la han logrado, mientras que otros todavía no; y como éstos necesitan nuevas encarnaciones en el reino animal de la cadena terrestre, prescindiremos de ellos en nues­tra consideración sobre este asunto.
Había muchas clases de hombres lunares y por ello conviene explicar su distribución en la cadena terrestre. Por regla general, quienes han alcanzado el más alto nivel posible en una cadena, un globo o una raza raíz, no renacen en los comienzos de la siguiente cadena, globo o raza. Las primeras etapas se destinan siempre para las entidades atrasadas y hasta que éstas se apro­ximan al nivel de las más adelantadas no reencarnan estas otras para seguir unidas con aquéllas, pues de lo contrario fuera muy señalado el desnivel. Es decir, que casi la primera mitad de todo ciclo de evolución, sea de raza, globo o cadena, está destinada al progreso de las entidades atrasadas, hasta que alcan­cen el nivel de las adelantadas y entonces, éstas reen­carnan para proseguir junto con aquéllas hacia el tér­mino de la evolución, habiendo estado entretanto des­cansando gozosamente en el mundo mental. Así es que los primeros Egos que procedentes de la cadena lunar entraron en la terrestre no fueron cierta­mente los más adelantados, sino los más atrasados de cuantos habían logrado la individualización. Eran hom­bres con todavía mucho de animalidad. Como quiera que entraban en una cadena de glo­bos recién plasmados, habían de establecer las formas en todos los reinos de la naturaleza. Es necesario efec­tuar esta labor al principio y nunca después de la pri­mera ronda de una nueva cadena, porque aunque la oleada de vida se concentra cada vez en un globo de los siete de la cadena, no desaparece totalmente la vida de los otros seis globos. Por ejemplo, en el momento actual la oleada de vida de nuestra cadena está concentrada en la Tierra, pero también hay vida en Marte y Mercurio, los otros dos globos físicos de la cadena. Todavía hay en ellos seres humanos, animales y vegetales (de materia física más etérea), por lo que cuando la oleada de vida pase a uno de ambos, no habrá nece­sidad de crear nuevas formas, pues ya están allí los viejos tipos que se revivificarán con pasmosa fecundidad, multiplicándose rápidamente los diversos reinos. Así pues la ínfima clase de hombres lunares, los animálicos, establecieron las formas en la primera ronda de la cadena terrestre. Inmediatamente después llega­ron los superiores ‘animales lunares’ dispuestos a ocupar las formas recién construidas.
En la segunda ronda de la cadena terrestre (que se recuerda que es la 4° cadena del Esquema Terrestre), los hombres animálicos de la cadena lunar (3° cadena del mismo Esquema Terrestre) que habían sido allí los más atrasados, fueron los de­lanteros de la tercera humanidad, al paso que los za­gueros eran los que habían sido animales superiores y estaban cercanos a la individualización en la cadena lunar.
En la tercera ronda de la cadena terrestre ingresaron en el reino humano muchos más animales lunares, hasta que en el promedio de la tercera ronda, al llegar la oleada de vida al globo D, o sea a nuestra Tierra, reen­carnaron los hombres lunares del orden inmediato su­perior, el segundo orden y asumieron con la dignidad de reyes divinos la dirección de la humanidad.
En la cuarta ronda, o sea la actual, vinieron a la Tierra los hombres lunares del primer orden, los que estaban muy cerca de la meta. Algunos de ellos habían entrado ya en el Sendero durante su estancia en la Luna y no tardaron en lograr el Adeptado y pasaron más allá de la Tierra. Otros, no tan adelantados, lo alcanzaron posteriormente, esto es, hace unos cuantos millares de años y son los adeptos de hoy día.
Los hombres que ac­tualmente pertenecen a las subrazas superiores de la humanidad estaban varias etapas tras ellos, aunque tienen la posibilidad de seguir sus huellas con sólo quererlo. La evolución a que nos referimos es la del Ego o alma humana; pero también se ha de considerar la evolución del cuerpo. Las formas construidas en la primera ronda eran muy diferentes de cuantas hoy conocemos. En rigor apenas pueden llamarse ‘formas’ las plasmadas en el mundo terreno, porque eran de materia etérea, semejantes a vagas, flotantes y amorfas nubes. En la se­gunda ronda fueron ya concretamente físicas, aunque todavía amorfas y lo bastante tenues para flotar a merced del viento. Hasta la tercera ronda no empezaron a tener las formas algún parecido con las astrales y los procedi­mientos de su reproducción en aquellas primeras etapas eran muy distintos del hoy vigente en la especie hu­mana y análogo al que hoy se observa en los hongos, algas y otras formas inferiores de vida. A la sazón era andrógino el hombre y la separa­ción de sexos no sobrevino hasta el promedio de la tercera ronda. De entonces hasta hoy ha ido evolucionando rápidamente la forma humana en más definidas líneas, aumentando en compacticidad al par que disminuía la estatura y logrando mantenerse en posición bípeda en vez de ir agachado o a rastras, en distinción de las de­más formas animales de que por ley del transformismo había evolucionado la humana.
Merece mencionarse una extraña discontinuidad­ en el proceso de la evolución de la forma. En la cuarta ronda hubo en la Tierra un desvío de la recta marcha evolutiva. Como quiera que la Tierra es el globo intermedio y también es intermedia la cuarta ronda, seña­laban ambas el punto medio de la evolución y el último instante del período durante el cual habían podido in­dividualizarse los animales de la cadena lunar. En con­secuencia se dispuso lo conveniente para proporcionar coyuntura de individualización al mayor número posi­ble de dichos animales y al efecto se reprodujeron las condiciones de las primera y segunda rondas en vez de las condiciones de las primera y segunda razas, porque en tiempo oportuno no estaban aquellas atrasadas entidades en disposición de aprovecharse de las condiciones de las primera y segunda rondas con cumplida eficacia. Pero con lo que habían adelantado durante la ter­cera ronda ya estaban algunos a punto de aprovecharse de dichas condiciones y por lo tanto quisieron individualizarse antes de que se cerrase la puerta del reino humano. Desde luego que no alcanzarán muy alto nivel de evolución humana, pero al menos cuando ingresen en el reino humano de la próxima cadena les será muy ventajoso el haber tenido esta ligera experiencia de la humana vida.

La evolución terrestre recibió muy poderoso estí­mulo del eficaz auxilio prestado por el planeta hermano Venus, que está ahora en la quinta encarnación Logoica o 5° cadena y en la séptima ronda de tal encarna­ción de modo que sus habitantes se hallan vez y media más adelantados que los terrícolas en su evolución. Por lo tanto, fue excelente idea que, por estar ellos mucho más evolucionados, se trasladaran a la Tierra algu­nos Adeptos de la venusta evolución, con objeto de auxiliar a la humanidad terrestre en aquellos momen­tos críticos del progreso de la cuarta raza raíz, cuando se iban a cerrar las puertas del reino humano. A estos augustos Seres se les ha denominado ‘Señores de la Llama’ e ‘Hijos de la Ignea Niebla’ (o ‘Kumaras’) y contribuyeron maravillosamente a la evolución terrestre. La inteligencia de que tanto nos engreímos la debemos casi del todo a su presencia, porque en el natural curso de los sucesos, la próxima quinta ronda había de pre­sidir el desenvolvimiento de la inteligencia, mientras que en la cuarta ronda actual nos correspondía tan sólo cultivar las emociones. Por consiguiente, hemos ade­lantado muchísimo en el programa que se nos tenía se­ñalado y este adelanto provino enteramente del auxilio concedido por los grandes Señores de la Llama. La Mayoría de ellos sólo estuvieron con nosotros durante aquel crítico período de nuestra evolución; unos cuantos permanecen todavía para desempeñar los altos cargos de la Fraternidad Blanca, hasta que haya hombres de nuestro ciclo de evolución capaces de re­levar en sus funciones a los augustos visitantes. La evolución que nos aguarda atañe igualmente a la vida y a la forma, porque en las futuras rondas, al paso que los Egos crezcan en poder; sabiduría y amor, serán de cada vez más bellas sus formas físicas. En el mundo terrestre hay actualmente hombres de muy diversa evolución y entre ellos muchos salvajes tan atrasados respecto de los pueblos cultos que es de todo punto imposible que alcancen su nivel. Posterior­mente, llegaremos en el transcurso de nuestra evolu­ción a un punto en que ya no podrán convivir los za­gueros con los delanteros y será necesaria ‘la separación’. Este procedimiento es exactamente análogo al que emplea un catedrático con sus alumnos. Durante el curso académico los ha preparado a todos para el exa­men de prueba y a mediados de curso ya conjetura quiénes saldrán airosos y si hubiere algunos que de ningún modo pudiesen arrostrar el examen, haría bien en decirles a medio curso: "Es completamente inútil que prosigáis con vues­tros condiscípulos, porque no entenderíais las cada vez más difíciles restantes lecciones del programa y os será imposible, en el tiempo que falta, poneros en condicio­nes de vencer en el examen. Así es que serían vanos vuestros esfuerzos y estorbaríais a los demás alumnos de la clase. Por lo tanto, os valdrá mucho más desistir de esforzaros contra lo imposible y repetir el curso an­terior que no aprendisteis debidamente, para presen­taros el año que viene a este examen, pues entonces os será fácil lo que ahora imposible". Esto mismo se les dirá a los Egos muy atrasados en una futura etapa de nuestra evolución. Quedarán eliminados del aula en aquel curso académico para repetir la asignatura en el siguiente. Tal es (la mal llamada) "eterna condenación" a que ha poco nos referíamos. Se calcula que las dos quintas partes de la humanidad quedarán eliminadas de la actual evolución y las otras tres quin­tas partes proseguirán con mayor rapidez hacia su glo­rioso destino.





            Para estudiar más en detalle esta temática se recomiendan los libros:

                “El Sistema Solar”, de Arthur Powell, escritor y compilador de textos teosóficos; y
                “Concepto Rosacruz del Cosmos”, de Max Heindel, investigador y escritor rosacruz.

                Ambos autores utilizan terminologías algo diferentes para explicar la evolución del Sistema Solar, de sus Planetas, y de la multiplicidad de seres que vienen a la existencia en dichos planetas; pero el investigador podrá ver las analogías, y que se trata del mismo conocimiento.

A.B.




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